viernes, 14 de diciembre de 2007

LA CIENCIA Y LA FE

Muchos se ocupan en pretender demostrar científicamente que los supuestos o las verdades de fe de las religiones son falsas. Cuestionan, por ejemplo, el misterio sublime de la resurrección del Señor o bien sus milagros o señales consignados en el Evangelio y testificados por cientos de personas en "aquéllos tiempos".
Las verdades de fe son indiscutibles, no porque sean verdaderas para todos -incluyendo para los no creyentes- sino porque toda discusión acerca de ellas es, por naturaleza, inútil.
¿A dónde conduce una discusión de este tipo?, ¿que beneficios puede conllevar algo así?, acaso ¿alguién triunfa y vence al contrario?
El hombre de ciencia busca y encuentra, explica y postula principios, leyes y verdades del mundo físico o natural. Pero el hombre de fe -aún aceptando éstas- cree en realidades que en este mundo no se dan, sino solo en los mundos sublimes y espirituales; las verdades de fe forman parte de otros mundos que son esenciales, y como tales, imposibles para los ojos físicos. La resurreción del Señor y sus milagros, por ejemplo, son perfectamente válidos para el creyente y no para el racionalista empeñado solo en aceptar "solo lo que ve", como Tomás, el incrédulo.
El hombre, decimos en El Colegio Invisible, es un ser pensante, pero también es un ser creyente. Acá, en los Talleres de El Colegio, sostenemos que el hombre intiligente cree y sabe, es decir, él esta entre la ciencia y la virtud, entre la materia y el espíritu, o sea: ¡Entre la escuadra y el compás...!

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