miércoles, 14 de mayo de 2008

EL RITO ESCOCÉS: ESPIRITUALIDAD LAICA

Por HG.
Francia se enorgullece de poseer dos características nacionales: la excepcionalidad cultural y la laicidad.
Si el concepto de laicidad resulta incomprensible en el mundo anglosajón, tiene en cambio su traducción exacta en italiano, español y portugués. Ello se explica por la identidad religiosa de los países latinos, regidos durante largo tiempo por la religión católica, que aún ejerce una influencia cierta, y se vieron en la necesidad de tomar medidas conducentes a su emancipación.
La laicidad tiene dos acepciones esenciales: una social y otra filosófica. Pero posee también una dimensión espiritual, como vamos a ver.
Hija de las Luces, la idea laica, en germen durante los siglos XVI y XVII, se desarrolló durante el siglo XVII. Bajo la influencia de los francmasones de aquella época, se insertó el principio de la libertad de conciencia en el texto de la Constitución de los Estados Unidos, en 1787, antes de que fuera proclamado por la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, promulgara en Francia en 1789, de convertirse más tarde en universal. En ese sentido, el Concordato con Napoleón de 1806, limitó ya el poder de la Iglesia. En función de la intensidad de las fuerzas adversas, la laicidad ha tenido que ser, según los casos, combativa, incluso agresiva, defensiva o simplemente militante. Su edad de oro fue la III República Francesa. El Hermano Jules Ferry hizo aprobar en 1882 la ley que establecía la gratuidad, la obligatoriedad y la laicidad de la instrucción pública. El paralelismo con lo ocurrido en Argentina es sorprendente, puesto que allí la Constitución de 1853 también se completó en 1883 con la instauración de la laicidad, obligatoriedad y gratuidad de la enseñanza.
La laicidad se ha convertido en una consigna que no puede comprenderse sino por oposición al clericalismo triunfante del siglo XIX, cuando la Iglesia trataba de dirigir los Estados y de imponer directrices políticas cristianas. Para la mayoría republicana de comienzos del siglo XX, que contemplaba en Francia la separación de las Iglesias y del Estado mediante la ley de 9 de diciembre de 1905, no se trataba de ningún deseo de aplastar a las religiones, sino de limitar el poder de la Iglesia Católica, aliada de los monárquicos. La Ley de 1905 es explícita: “La República no reconoce (...) ningún culto (en particular)” (Art. 2).
En lo sucesivo, no habría en Francia ninguna Iglesia con privilegios jurídicos y todas la Iglesias (presentes o futuras) son legalmente.
A nivel filosófico, no me extenderé sobre un concepto retrógrado y caricaturesco de la laicidad, nutrido de odio hacia las religiones, de venganza respecto a sus representantes y de desprecio hacia las conciencias encerradas en sus creencias, en resumen, de confusión entre un comportamiento y una verdadera filosofía. Preconizando sin discreción una ideología atea, se cae en el laicismo, pseudo-laicidad que hace del anti-dogma otra forma de dogma y que reclama para sí la tolerancia que niega para las demás.
Por el contrario, la verdadera laicidad es una facultad de carácter al mismo tiempo que una virtud moral y cívica, por ser nobles las cualidades de modestia, de sinceridad y de inteligencia que requiere. Siendo un principio moral, la laicidad es tolerancia y el respeto a los demás que armonizan perfectamente con los Principios del Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Como signo de equilibrio interior, implica autonomía del pensamiento, sin recurrir a verdades tenidas por irrefutables e inverificables, como las que ofrecen las religiones. Se trata de una búsqueda leal y prudente de la verdad personal, al mismo tiempo que un esfuerzo sincero por reconocer en todo hombre una parte de la verdad, aunque sea un adversario. ¿No será, entonces, la laicidad uno de los aspectos del derecho a la diferencia, no limitado al color de la piel? Puesto que es una ética que respeta al hombre íntegramente, no puede dejar de respetar su ser interior en lo que tiene de más íntimo y, por ello no prohíbe ni la fe ni la oración. Más aún, no puede sino enriquecer, al tratar de comprender otras formas de pensamiento.
Por lo que respecta a la espiritualidad, ésta tiene también sus contrapartidas, como la consistente en negar la ciencia y tomar partido por lo irracional, confundiendo lo espiritual con lo irracional. Reconocer la existencia del Misterio es una cosa; Pero pretendiendo alzar el velo que lo cubre se corre el riesgo de hundirse en lo sobrenatural, en la afición a adivinar, a los oráculos y a las demostraciones a posteriori, en cuantos casos el orgullo de unos pueda explotar la credulidad y la angustia de otros. El término “espiritualidad” ha sido desvirtuado y conserva una connotación religiosa, cuando, en realidad, no implica necesariamente adhesión a una religión, ni la impide.
La espiritualidad no es una escapatoria de la realidad, sino que emana de la busca de lo que puede estar tras lo aparente, de una busca de la verdad, de una aspiración a lo absoluto. Consiste en una vinculación con los valores que tienden hacia lo infinito, lo sagrado; es la vida interior, la marcha personal hacia lo Bello, lo Bueno, lo Verdadero. Tiene la misma naturaleza que la busca de la Palabra perdida.
El Rito Escocés Antiguo y Aceptado se caracteriza por la espiritualidad. El Manifiesto del Convento de Lausana, de 1875, redactado por el Gran Comendador del Supremo Consejo de Francia Adolfo Crémieux, se convirtió, desde aquella fecha, en la referencia señera de todos los Supremos Consejos regulares del mundo. Comienza con esta declaración: “La francmasonería proclama, como lo ha hecho desde su origen, la existencia de un Principio creador bajo el nombre de Gran Arquitecto del Universo”. El Credo masónico es que existe una causa primera, de la que son efecto el hombre y el universo.
En el mundo contemporáneo, si el Escocismo tiene un papel insustituible es por ser un sistema iniciático que trabaja glorificando un Principio trascendente. La invocación del Gran Arquitecto
del Universo da a los adeptos el sentimiento de participación en ceremonias que tienden hacia lo que está más allá de lo humano, ayudándolos a encontrar la plenitud del sentido de su vida. Sin ser una oración ni a un acto de fe, transforma el templo en un espacio sagrado y no sitúa en estado de receptividad interior. Esa invocación viene a completar las invocaciones a Sabiduría, Fuerza y Belleza: la Belleza alude a la espiritualidad, elevando la Sabiduría hasta lo maravilloso y enseñando a la fuerza el ritmo mesurado de la armonía.
El Escocismo no rechaza ningún sistema ni ninguna doctrina, sino que, como detalla el mismo manifiesto:

"La francmasonería recibe a todo profano, cualesquiera fueren sus opiniones
políticas o religiosas, de las que no tiene por qué preocuparse, siempre que sea
hombre libre y de buenas costumbres. A aquellos hombres para los que la religión
sea el consuelo supremo, les dice: cultivad vuestra religión sin inconvenientes,
seguid los dictados de vuestra conciencia”.
El Rito Escocés Antiguo y Aceptado confía a cada uno el definir a Dios como su conciencia se lo haga concebir, ya que toda creencia sincera tiene derecho al respeto. De ahí que su divisa sea: Deus meumque Jus (Dios y mi Derecho).
La vía escocesa, que integra la duda constructiva y la búsqueda de verdades universales veladas por símbolos, lleva al adepto hacia un cuestionamiento más amplio, que lleva a encontrar en el estudio de la Tradición el hilo de Ariadna que le conducirá fuera de las tinieblas, hacia la luz.
Del mismo modo que la Masonería escocesa proclama su espiritualidad, declara también su adhesión a la laicidad, como igualmente señala el Manifiesto de 1875: ”La Francmasonería no es una religión ni es un culto; por ello desea la instrucción laica”. Y el Manifiesto finaliza con la siguiente apoteosis: “Su doctrina completa se halla contenida en este bello mandamiento: ama a tu prójimo “. Es tan cierto como que nadie es propietario del amor ni tampoco del espíritu, ya que ambos pertenecen a lo universal.
Con el Rito Escocés Antiguo y Aceptado no hallamos ante una espiritualidad laica que puede ser definida como la eternidad de hoy. Esta definición puede parecer paradójica, pero se aclara si se conoce la etimología del adjetivo “laico”, que procede del griego laicos: “Lo que pertenece al pueblo, a la gente”.
Hay que recordar que “el pueblo” designaba a la población del mundo antiguo conocido en otro tiempo; al conjunto de la humanidad. El sinónimo latino de laico es “universal”, por lo que es el Rito más practicado en el mundo, se comprenderá así mejor el valor de la expresión “espiritualidad laica”. Y, como todos sabemos, el universalismo laico es lo opuesto de la intolerancia que caracteriza al anticlericalismo, al totalitarismo, al integrismo y al fundamentalismo. Ser laico en este sentido significa que el Rito está abierto a todos los hombres de buena voluntad, creyentes o no creyentes, que vivan en armonía bajo los auspicios de la verdadera espiritualidad. Es adogmático para evitar caer en la trampa del dogmatismo.
Dejo la última palabra a un hombre de iglesia que se encontraría muy cómodo en el seno del Escocismo. Se trata del pastor Tommy Falot, que declara:
"Sólo Dios es laico. El hombre sufre enfermedades religiosas clericalmente transmisibles”.

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